sábado, 9 de octubre de 2010

El síndrome post-Erasmus: ¿una nueva patología?

Hace un tiempo descubrí este artículo. Me parece muy interesante y aunque yo me siento un poco fuera de todo esto (ya he escrito más arriba que soy una erasmus muy extrana) os animo a que lo leáis. Todavía es tiempo para pensar en estas cosas, ya lo sé, pero...

Vía cafebabel.com he conocido un nuevo término que nunca había escuchado y del que ni tan siquiera me había planteado su mera existencia: el síndrome post-Erasmus, algo así como el cada vez más de moda síndrome post-vacacional, que se caracteriza por un estado de depresión y de nostalgia por el regreso a la vida rutinaria. ¿Estaremos ante una nueva patología o simplemente todo es fruto de la casualidad?

Está claro que no todos los estudiantes emplean su estancia educativa únicamente para aprender, en el más estricto significado académico del término. La experiencia va mucho más allá de las aulas y se cimienta sobre una nueva red social, donde abundan los encuentros informales en lugares de ocio. La fórmula “Erasmus = fiestas non stop + situaciones picantes, todo en el extranjero” es de sobra conocida, pero no creo que sea únicamente aplicable a este tipo de alumnos, sino también a la gran mayoría de jóvenes que viajan a estudiar a otro país.

Pero, más allá de los clichés y de los tópicos (sexo, alcohol, drogas, diversión…), es lógico que después de una etapa con tantos cambios el aterrizaje en el mundo real se presente muy cuesta arriba. Y, en cierta manera, es normal sentir un enorme vacío, mucho más si tenemos en cuenta que en la mayoría de los casos se trata del primer contacto con la edad adulta, lejos de papá y mamá.

“El ex Erasmus no lo descubre hasta que no vuelve: su casa le parecerá cutre, su pueblo frío, la facultad horrible, la tele lúgubre, los amigos inútiles”, dice Fiorella de Nicola, una estudiante italiana que ha dedicado su tesis de Sociología a la “Antropología del Erasmus”. Es precisamente ella quien ha acuñado este término y quien ha analizado a fondo este fenómeno.

Nadie te prepara para lo que viene después: tras esta estancia de ensueño el estudiante se queda solo con lo vivido y termina por sentirse extraño en su propio país, con la sensación de que no puede compartir con nadie de su entorno esta enriquecedora experiencia. ¿Cómo sintetizar en pocas palabras tantas vivencias y emociones? ¿Cómo intercambiar impresiones si tan sólo eres tú el que ha estado fuera?

Por eso muchos ex-becarios (Erasmus y no Erasmus) deciden pasar a formar parte de asociaciones de antiguos alumnos, donde se relacionan con personas que han vivido situaciones análogas. Además, gran parte de ellos se implica en el proyecto y se encarga de acompañar a futuros becarios en su experiencia académica, como si no quisieran poner el punto y final a esa etapa de su vida.

Es curioso que estos programas académicos, tan meticulosamente desarrollados, hayan pasado por alto un efecto de estas consecuencias. Está bien fomentar la movilidad de los jóvenes, pero sin abandonarlos a su suerte al finalizar el intercambio. Es hora de que las universidades se interesen por estos estudiantes a su vuelta y que les acompañen en esta transición a su cotidianeidad.

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